martes, 7 de octubre de 2008

No Puedo Matar al Monstruo que Creaste con Tus Palabras.

Quiero odiarte.
Deseo que la peor de las maldiciones caiga sobre vos y que todo esto que estoy sufriendo por vos, lo padezcas vos por mi.
Meses diciendo lo mucho que me querías, lamentando un distanciamiento, prometiéndome que nunca ibas a enojarte conmigo, que siempre ibas a estar cuando te necesitara, cuando explotara (como ahora, cuando colapso por vos).
Y todo fue puras mentiras SIEMPRE; palabras, porque si hay una persona en este mundo que sabe utilizar las palabras para crear el efecto que desee, sos vos.
Y tonta yo. Débil víctima de tus juegos, la pobre tontita que, después de meses de vueltas, cayó ante esas putas palabras. ¿Cómo fue posible, si yo crecí rodeada por toda clase y longitud de ellas?
¡Mi culpa! Totalmente mía la responsabilidad de creerte, encariñarme con tu pena y, más tarde, con vos todo.
Detesto haber estado "a tu lado" todo el tiempo, sin haber impuesto mis responsabilidades antes. Pero supongo que esto va a enseñarme que no tengo que deberme a nadie sin que esa persona me haya pagado una cuota de su amistad o de su amor primero.
¿Y ahora? Ahora quiero sacarte de mi vida a los golpes, a las patadas, y NO PUEDO; llegué a quererte demasiado como para no volver a dirigirte la palabra si vos me obligás a que lo haga.
Quiero vivir fuera de este cubículo de música y palabras en el que me encapsulaste. Deseo volver a reír sin tener que fingir la alegría de la risa. Deseo ser feliz, feliz lejos de tu persona (realmente lejos), lejos de esas palabras que hoy me saturaron y que, en este momento, hacen que inunde de lágrimas mi cama.
Quiero odiarte.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Un més, mucho tiempo para mi.

-¡Hola!
Era la primera vez en un mes, que me hablaba.
Todavía recuerdo la última vez que lo había hecho, simplemente para formularme unas estúpidas preguntas de música y conversar de cosas aburridas o triviales, que me provocaban ganas de dormir; por suerte para él, era una buena actriz.
También recuerdo por qué me había ignorado todo ese tiempo; ese mismo día, le había hecho un importante reclamo: "¡Vos no me querés como yo te quiero!" le dije; a lo que él respondía con un "No sé".
Un mes después de que (por culpa de ambos) nos cayera en la cabeza un balde de agua fría a cada uno, y nos distanciáramos como nunca, nos volvíamos a dirigir la palabra; mejor dicho, él lo hacía, porque yo no le había dicho nada aún.
Recuerdo cuando, paseando por la calle con una de mis mejores amigas, le dije a ella "¡Te juro que hasta que él no se digne a hablarme, no pienso dirigirle la palabra! ¿Qué se cree que soy, un tacho de basura, un objeto de descarga, un pañuelo, su psicóloga? ¡Está muy equivocado!!"... Sí, ya lo sé, ese día mi humor no era el mejor pero, teniendo en cuenta lo anterior, no era precisamente yo la culpable de eso.
Y por lo visto, mi arranque histérico y las treinta noches de llanto quejoso acompañado por miles de "no me quiere", más mi tozudez, habían dado sus frutos. Y la que se llevó la peor parte de la historia no fui yo, sino mi amiga, quien tuvo la mala suerte de aguantar mis lágrimas y el privilegio de oficiar de ínter-comunicadora entre él y yo, porque aparentemente estábamos empecinados en lograr lo mismo: hacer que el otro cediera, a toda costa.
Por un tiempo creí que yo iba a caer, porque si hay dos cosas que no soporto son no tener noticias suyas y no hablarle un día. Así que, después de dos semanas cargadas de esos obstáculos, los días me resultaban insoportables e inaguantables. Sí, por supuesto que mi pobre amiga enloqueció (si bien no me lo dijo ni demostró, yo me di cuenta), se perforó las neuronas buscando actividades que me mantuvieran alejada de él en su totalidad... pero nunca lo logró, finalizábamos las noches viajando en colectivo y hablando del mismo tema: él.
Y ahora, él, volvía a saludarme como de costumbre y como si nada hubiese pasado. Después de unos segundos, esa emoción de volver a sentir que me quería, se transformó en descontento por su falta de emoción; algo que derivó en frustración por el tiempo perdido, lo que me llevó a sentir unas fuertes ganas de abrazarlo y de ignorarlo al mismo tiempo.
Pero ninguno de mis acontecimientos internos se terminaría ahí, porque repentinamente sentí una rabia increíble, la cual me provocó una necesidad de pegarle una patada y mandarlo a construir un hotel al polo incapaz de ser controlada.
Así que, para evitar otro ataque de histeria y paranoia, y prevenir otra explosión de mal humor, le respondí a su "¡Hola!":
-Me estaba yendo. Hablamos mañana, lindo.
Y me fui.